sábado, 11 de septiembre de 2010

El carnicero

El invierno daba sus últimos estertóres, preparándose para la llegada de la primavera, ya había realizado su obra a plenitud marchitando la vegetación del parque. Sin embargo algunos arbustos se bastaban para tapar parcialmente la imagen de ese hombre –casi anciano-.

Según me comentaron en ese momento algunos habitués, todos los días cumplía la misma rutina. Siempre en el mismo lugar, de rodillas, musitaba entre lágrimas, con espanto y angustia, las mismas palabras confusas, implorando perdón. También hablaba de arrepentimiento por la traición que cometía, que no aguantaba más tanto dolor, que todo había fracasado.

Nadie lo entendía y según me dijeron siempre se repetía lo mismo.

Luego llegaron unos policías que cumplían su ronda diaria y aclararonn que ese hombre parecía haber perdido la memoria, dado su nombre y dirección escritos en una tarjeta prendida en el bolsillo del saco.

Aclararonn que no era necesario llevarlo porque siempre llegaba una señora que parecía ser su cuidadora y la que, seguro, en un ratito vendría a buscarlo. Así sucedió, -indefectiblemente- como todos los días. Le habló suave susurrando algo a su oído aunque sin amor evidente y él, dócilmente, se levantó, se prendió de su mano como animalito sometido y la siguió.

En algún rincón de mi memoria siempre se mantuvo viva la curiosidad por saber algo más de esta escena que había presenciado, hasta que, pasado el tiempo y en la sala de espera en un consultorio tuve la oportunidad de hojear una de esas revistas comúnmente llamadas de Actualidad y mirando las fotos (lo único que generalmente se mira) veo una con la imagen de aquel hombre bajo el título “Cayó el Carnicero del Pozo”

De inmediato fui al artículo y allí me enteré de la historia.

Había sido un torturador que, al ser reconocido por una de sus víctimas fue denunciado ante la justicia para su procesamiento. Esta, luego del juicio, decidió que no podía ser inculpado debido al grado de insanía en que se encontraba. Simplemente se había decidido depositarlo en un asilo público de alienados bajo la custodia del Estado.

También me enteré que quien lo cuidaba era la madre de uno de los torturados por él, que no lo había denunciado para que diariamente él continuara reviviendo los sufrimientos de su hijo y de muchos otros.

Resulta que en ese parque anteriormente hubo un penal, que oportunamente fue demolido buscando borrar la historia y donde este hombre había sido amo y señor.

El artículo concluía con algunos testimonios lamentándose por la generosidad de la justicia al evitar que fuera a la cárcel, pero yo sabía que una Justicia Superior ya lo había condenado a vivir y revivir diariamente los actos cometidos, pero no con la omnipotencia del represor sino con la angustia y dolor de las víctimas que sometió.

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