sábado, 11 de septiembre de 2010

NOCTURNO - PLAZA DORREGO (San Telmo)

NOCTURNO – PLAZA DORREGO (San Telmo)

Es de noche, canceles semi abiertas, faroles con luz escasa, abandonada por los ruidos diurnos de la gran ciudad turística. Una extraña neblina me rodea y hace sentir las apariciones fantasmales que rondan el lugar, afloran nuestros sentidos y podemos explorar las profundidades del pasado.

Este lugar, allá por mediados del 700 era uno de los tantos “huecos”, oficialmente el “Hueco de la Residencia”, también conocido como Alto de San Pedro (por la iglesia que allí esta) o el Alto de las Carretas. Asentado sobre la Calle Larga que se dirigía directamente a la Plaza Mayor de la ciudad de los Buenos Ayres, es decir hacia el pretensioso centro de esa población que aún solo era una promesa que se desparramaba frente a la boca del riachuelo. Baldío que servía para el alto de carretas, mercado y asentamiento de barracas para depósito de esclavos, gozando de su posición privilegiada por su proximidad a las barrancas del río. A una cuadra, estaba el Arroyo Tercero del Sur, que no era más que un zanjón pero que cuando llovía con su crecida impedía el cruce de carretas y bueyes, transformándose en punto de descanso casi obligado.

Recordé como definió el lugar un historiador de las plazas porteñas: “… los conductores, que dejaban la picana para besar el crucifijo, tenían tiempo para meterse en la iglesia a impetrar la buena suerte; así como en la pulpería para procurarse el pan y el queso, el cuarto de vino y los naipes que les ayudaban a olvidarse del temporal…”

Entreveo sombras nocturnas fantasmales que transitan el lugar, algunas son realistas y su descendencia criolla, que luego serán patriotas en su mayoría; gauchos rebeldes cruza de indio, mulato, moreno y blanco renegado; negros recordando su hacinamiento en las barracas del lugar, donde se los vendía para cumplir su aciago destino de esclavo; almas angustiadas recordando las penurias de la fiebre amarilla.

Pero de todas esas sombras me llaman la atención tres en particular, dos mujeres, una en su mediana edad con porte imponente y, lo cual es extraño, luciendo uniforme militar, la otra muy joven y bonita, acompañadas ambas por un joven con aspecto de poeta romántico.

Al acercarme oigo a la mayor de ellas, dirigiéndose al hombre y diciendo “Joven Echeverría, Me llamo Martina Céspedes y voy a contarle mi historia. Sabrá usted que, cuando los invasores ingleses vinieron por segunda vez, nosotros los vecinos estábamos totalmente convencidos que debíamos hacerles frente. Lo hablé con mis tres preciosas hijas y decidimos que aún siendo mujeres, no éramos débiles, que nuestro trabajo en la tasca nos había hecho aguerridas y mujeres de decisión y ésta era la oportunidad de demostrarlo”.
“Así fue que las voces de la calle nos anunciaron que desde el sur venían los invasores saqueando pulperías y embriagándose; con urgencia, decidimos que para hacerles frente debíamos recurrir a nuestros mejores ardides, porque en esos días no contábamos con el arroyo para que funcionara como barrera.
Llegaron y cuando trataron de irrumpir en la pulpería, mis hijas se asomaron a las ventanas y yo con la mejor y más encantadora de mis sonrisas les dije que eran bienvenidos pero con la única condición de que ingresaran de uno en uno. Me asombró lo fácil que fue convencerlos (quizás ellos también agotados de tanta sangre y soñando con pasar un muy buen rato). La trampa quedó tendida, a medida que cada uno de los 12 ingresó fue desarmado, atado y depositado en las habitaciones. Al día siguiente, cuando los ingleses entregaron sus armas en la ciudad, yo presenté a mis 11 prisioneros. Si, ya sé se pregunta usted si maté al que falta, no, se lo quedó una de mis niñas, y, usted sabe el amor no conoce colores de banderas ni barreras idiomáticas.
Claro, también le llama la atención porque uso uniforme, resulta que Don Liniers me premió por esta acción con el grado de sargento mayor, con derecho al uso del uniforme y goce de sueldo. Como usted comprende, porque le pasa lo mismo, el dinero ya no lo necesito pero no abandonaré jamás el uso de esta ropa, que me distingue y enorgullece”

La joven, emocionada por el relato, dijo “Qué dicha la de su hija que vivió su historia de amor, superando incluso las divisones de una guerra con extranjeros; en cambio yo, Margarita Oliden sólo soy un recuerdo trágico. Usted quizás entienda mejor Don Echeverría, ambos vivimos tiempos difíciles donde todos querían construir una nación pero siguiendo caminos opuestos sembrados de odios irrazonables. Yo sólo quería vivir con mi amado payador unitario, pero Don Cuitiño, el cuchillero mazorquero ciego de celos prefirió perderme acuchillándome, allí en la Tasca, antes que permitir mi felicidad lejos de él”. Allí los dejé a los tres como testimonios perennes de la eternidad del tiempo y las acciones de los hombres
Me fui alejando sin dejar de oír el susurro de un compadrito, apoyado en el farol, junto a su infaltable Mireya, añorando los tiempos en que eran los reales protagonistas de la noche y no sólo de un tango. Más aquí, caballeros (2 o 3 no se distingue bien) de 1810, recordando cuando cruzaban el lugar para ir a la casa de otro patriota, justo enfrente, para complotarse contra los realistas; más aquí unas señoras de mediados del siglo XX, recordando cuando eran jóvenes recién casadas y el país era una promesa eterna de trabajo y bienestar….

La niebla se disipó, repentinamente sonó un bocinazo, una frenada y alguna palabrota irrepetible, nuevamente estaba en el siglo XXI, el hechizo se había evaporado pero comprendí que los hombres seguíamos siendo los mismos, que sólo por la suma de nuestros aciertos y errores pudimos llegar hasta aquí y que sólo así podríamos continuar.

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